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OPINIÓN | Todo el poder de la iglesia

  • Foto del escritor: Ivette Del Río
    Ivette Del Río
  • 27 feb
  • 2 Min. de lectura
Columna: Casi todo es otra cosa

La reciente designación de Raffaella Petrini como gobernadora del Vaticano marca un hito histórico en una institución que, durante siglos, ha estado dominada por hombres. La decisión del Papa Francisco no es un hecho aislado, sino un paso significativo en su esfuerzo por impulsar la igualdad de género dentro de la Iglesia católica. Sin embargo, el verdadero desafío radica en determinar si este cambio es símbolo de una transformación estructural o simplemente una medida simbólica en un sistema que aún se resiste a ceder espacios de poder a las mujeres.


Históricamente, las mujeres han desempeñado un papel fundamental dentro de la Iglesia, pero casi siempre en funciones subordinadas. Han sido educadoras, monjas, teólogas y líderes comunitarias, pero pocas veces han ocupado posiciones de verdadera influencia en la toma de decisiones eclesiásticas. La jerarquía eclesial ha mantenido una estructura que excluye a las mujeres del sacerdocio y de los altos cargos dentro de la Curia Romana, perpetuando la idea de que el liderazgo religioso es un territorio exclusivo de los hombres.


La llegada de una mujer a la gobernación del Vaticano representa un cambio de paradigma que desafía estas estructuras. Este nombramiento podría sentar un precedente para la apertura de más espacios de liderazgo femenino dentro de la Iglesia, lo que tendría un impacto no solo en el Vaticano, sino en las comunidades católicas de todo el mundo. La inclusión de mujeres en posiciones de poder dentro de la Iglesia no sólo responde a una exigencia de equidad, sino que también puede contribuir a renovar su imagen y acercarla a una sociedad que demanda mayor representatividad e inclusión.


Sin embargo, si bien es un avance, la Iglesia católica sigue manteniendo restricciones que impiden la plena participación de las mujeres en la vida eclesiástica. El acceso al sacerdocio sigue vedado para ellas, y muchas decisiones fundamentales continúan en manos de una estructura dominada por cardenales y obispos varones. La elección de una mujer como gobernadora del Vaticano es un paso importante, pero insuficiente si no viene acompañada de una revisión profunda de las doctrinas y normas que perpetúan la desigualdad de género dentro de la institución, pero no solo en el ejercicio del poder dentro de la iglesia, si no una verdadera transformación que incluya por ejemplo el respeto por los derechos reproductivos de las mujeres. Para que la equidad de género en la Iglesia sea una realidad, es necesario un compromiso genuino con la inclusión de mujeres en todas las esferas de liderazgo y en la toma de decisiones fundamentales.


Aunque el Papa Francisco ha demostrado una voluntad de cambio al promover la participación de mujeres en cargos administrativos y de asesoría, aún está por verse si estas medidas lograrán transformar la cultura eclesial o si se quedarán en decisiones aisladas sin un impacto real en la estructura de poder de la Iglesia.


La designación de Raffaella Petrini como gobernadora del Vaticano es una victoria simbólica y un paso hacia adelante, pero como casi todo es otra cosa no debe interpretarse como el fin de la lucha por la igualdad dentro de la Iglesia. Más bien, es un recordatorio de que el camino hacia una verdadera equidad de género en el catolicismo aún está en construcción y requiere de cambios estructurales profundos. Tengamos fé.

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