OPINIÓN| Ayotzinapa, una tragedia añeja
- Alex Hernández
- 27 sept 2024
- 2 Min. de lectura
La verdad pasó a ser tan histórica como el cinismo de aquellos burócratas que sin una pizca de sensibilidad reviraban con total desprecio “ya me cansé”...

“Policías disparan a normalistas en Iguala; 5 muertos”, era uno de los titulares con los que amanecíamos ese sábado 27 de septiembre del 2014, paradójicamente La Jornada anotaba en su misma portada información sobre el caso Tlatlaya. El transcurrir de los días nos dirían que esos 5 muertos se convertirían en 43 estudiantes desaparecidos.
A diez años de la tragedia de Ayotzinapa, podemos decir que ese evento que nos corroboró la colusión del gobierno con el crimen organizado, es ahora añejo. Y el problema de las tragedias añejas es que se convierten en más dolorosas, no solo porque se sabe que cada vez están más distantes las respuestas y la justicia, sino porque la frontera del olvido social se acerca más y más.
El dolor y la rabia se transforman en una oscura tristeza y desolación, y las respuestas de los que por obligación deben dar la cara, se convierten en cartas con simples “se hizo lo que se pudo”.
La verdad pasó a ser tan histórica como el cinismo de aquellos burócratas que sin una pizca de sensibilidad reviraban con total desprecio “ya me cansé”, sin saber que los únicos que no se cansarían serían las madres y padres de aquellos jóvenes normalistas que hoy tienen su nombre grabado en las paredes de esa institución comunitaria, con bancas vacías y la rabia de nuevas generaciones que no se detienen ni con el paso de los sexenios.
Diez años de mentiras, injurias y encubrimientos, de negligencia, opacidad, corrupción e ineficiencia, en donde tal vez no todos los que tuvieron en sus manos el caso Ayotzinapa pequen de lo mismo, pero sí llegan a los mismo: un sistema que defraudó a decenas de familias revictimizadas, utilizadas electoralmente y olvidadas, ya sea por incapacidad o por conveniencia, pero que en cualquier caso, no devuelve la paz a aquellas personas que siguen esperando información de sus hijos.
Hoy volteamos a ver a Guerrero a la lejanía, en donde el estado sigue repitiendo el patrón de violencia e ingobernabilidad que le arrebató la tranquilidad a 43 familias, en donde nunca se aprendió de la tragedia, porque no se pudo o porque no se quiso. En donde siguen sumando desaparecidos e impunidad.
Ayotzinapa es una tragedia añeja ya, que podrá ser olvidada por el gobierno, la ciudadanía, pero nunca por aquellos que día a día ven el nombre de su hijo, amigo o hermano, tatuado en ese sufrimiento particular que solo causa la terrible angustia del paradero desconocido de aquel que pensó que regresaría a casa.
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