OPINIÓN | Sueña lindo
- Ixchel Guzmán
- 19 feb
- 3 Min. de lectura
Una vez derrumbado el mito del éxito a través del mérito ¿Qué queda para soñar?

Quienes pertenecemos a la generación millennial, crecimos creyendo en la promesa de que una educación universitaria (y sus subsiguientes grados) nos alcanzaría para conseguirnos una calidad de vida digna y quizás, hasta superior a la de nuestros padres y madres. Le llamaron a eso, acceso a la movilidad social a través de la educación.
Hace algunos años que la promesa empezó a desmoronarse. Para las y los millennials fue algo así: Egresamos de la universidad y nos costó varios intentos encontrar un empleo en el que pudiéramos ejercer lo que estudiamos. No pagaban bien, pero alcanzaba. Luego, la oportunidad de ir por un poco más de responsabilidades, pagaban mejor, pero no pagaban todas las horas, energía y vida dejada en la labor. Renunciamos y volvió a empezar el círculo.
A generaciones más jóvenes les ha alcanzado para menos. La capacidad de la infraestructura de educación pública de nivel superior no sotisface la demanda que, en 23 años (1999 al 2022), creció en 116%. Cada año han quedado fuera de las principales universidades de México, entre 500 mil y 700 mil estudiantes, 2020 fue la cúspide, con el rechazo de 900 mil estudiantes[1].

Nadando en este mar de explotación y precarización nos encontró la ola de Macario Martínez y su Sueña Lindo. Medio mundo se conmovió con su historia y no se dejaba de leer “De barrendero al Vive Latino”, “…Macario Martínez, cantante y barrendero”, “el músico que barría…”. Fui parte de las conmovidas pero ese énfasis en su trayectoria me puso alerta.
Con frecuencia, los medios de comunicación difunden historias sobre el éxito de personas comunes, personas que pertenecen a la clase trabajadora, personas del campo, que por trabajar muy duro y persistir, lograron algo extraordinario para el alcance promedio de los logros sociales de estos grupos.
El lugar común en esas historias es la cultura del trabajo, trabajar de sol a sol para alcanzar tus sueños. Sin embargo, con Macario algo era distinto, y no porque él no se estuviera esforzando de la misma forma.
El reconocimiento social que lo ha catapultado a los carteles de festivales nacionales de música, fue resultado de la viralización de una publicación en su TikTok en la que, además de su música, compartió el gremio al que pertenecía: tabajadores de limpia de la CDMX.
Los medios tradicionales no se resistieron a preguntar cuál era su historia de vida, cómo es que había llegado a ser barrendero de la ciudad, cómo se había iniciado en la música, cómo había sostenido su arte durante todo este tiempo; creo que buscaban atisbos de la vieja receta del trabajar muy duro.
En su lugar encontraron la historia cotidiana de un joven al que las circunstancias estructurales -restricciones en sus derechos a la educación, a la vivienda, al arte- le niegan las oportunidades de hacer lo que le gusta, hasta orillarlo a un oficio estigmatizado y precarizado, en el que trabajaba todos los días, de sol a sol, pero del que no nació la oportunidad que le permitió el reconocimiento popular.
La movilidad social a través del mérito no existe más, quizá nunca existió, fue una ficción que nos inventaron para disfrazar la esclavitud del salario que le permite a los dueños del capital seguir acumulando nuestro trabajo.
¿Qué queda en su lugar? ¿Una lotería social basada en el algoritmo? Una vez derrumbado el mito del éxito a través del mérito ¿Qué queda para soñar?
Yo diría, sin romantizar la pobreza y la precarización de los derechos más esenciales, que nos queda el trabajo por la reivindicación de nuestra agencia, en lo individual y en lo colectivo. A Macario no le faltó tiempo para decir que lo que ha hecho hasta ahora es producto de la colaboración de sus amigos. De haber sido para otro el premio de la lotería social, es esa colectividad el remanso para el corazón en el que es posible compartir con el mundo lo que somos y, tal vez, para cambiar algunas vidas.
Son esos oasis, los que le dan sentido a la vida de las personas, las trincheras que nos queda por defender de la explotación, de la precarización, de la violencia.
[1] Datos de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (Anuies)
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